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En un intento de ir contra el tiempo fotografiamos todo lo que queremos recordar. Intervenimos todo lo que conocemos. Dejamos marca sobre todo lo que tocamos (y nos toca). La huella que dejamos los seres y los objetos se topa con la huella fotográfica en un intento vano por conservarlo todo. En esta museomanía de la vida privada decidimos, sin mucha atención en el proceso, qué es digno de perdurar y qué está condenado inexorablemente al olvido. Creímos que la era digital nos iba a salvar, que todo podría archivarse, pero ahora que asistimos a sus límites vemos cómo nuestros archivos desaparecen, se fugan, se borran, estallan, arden. El eterno intento por conservar no tiene ya sentido. Quememos los papeles. De lo ocurrido, ni la fotografía sobrevivirá. Miremos lo efímero; los restos pasados y futuros de nuestros pasos. 

Todo lo que no deja huella observa el instante previo a la irremediable desaparición.

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